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La Mujer en la sociedad Celta(parte 1)

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Mensaje por anxo Dom Abr 19, 2009 4:56 pm

Nada más dulce y fiero a la vez que una mujer celta

La Mujer en la sociedad Celta(parte 1) Freya


Aunque hubo reinas mujeres -como la famosa Boadicea que organizó una gran revuelta contra los romanos, o Cartismandua, la reina de los Brigantes que traicionó a su pueblo- el rey del tuath era habitualmente un hombre.
La mujer tenía derecho a elegir marido y no podían casarla sin su consentimiento; derecho del que carecían romanas y griegas.

Las jóvenes podían casarse a partir de los 12 años. Llegado el momento se organizaba un festín al que invitaban a todos los jóvenes. Allí la muchacha elegía por sí misma y cuando lo había hecho ofrecía agua al muchacho para lavarse las manos. Este gesto implicaba que ya estaban casados (¡parece que el muchacho no podía negarse!).

El matrimonio era una alianza entre dos familias regido por un complicado código de normas de funcionamiento de los bienes comunes de la pareja. Ambos cónyuges pagaban una dote de idéntica cantidad. Hombre y mujer tenían absoluta igualdad de derechos y gran autonomía económica uno respecto del otro. Cada uno conservaba sus bienes personales cuando se divorciaban y los bienes comunes se repartían entre ambos.
Al diferencia de lo que sucedía en Roma y Grecia, la mujer no entraba a pertenecer a la familia del hombre, y continuaba poseyendo sus bienes. Si enviudaba conservaba su patrimonio, mientras que el de su marido iba a parar a la familia de él. Lo mismo sucedía si moría ella.
El matrimonio no tenía carácter sagrado. No era más que un contrato con cláusulas, si estas no se respetaban el matrimonio quedaba automáticamente anulado. No tenían ceremonias matrimoniales, salvo el festín antes mencionado, ni existía el concepto de matrimonio religioso. Mas bien el matrimonio era considerado un acto de libertad de los esposos, una especie de unión libre protegida por las leyes que siempre era posible disolver mediante el divorcio.
Era normal que las personas se casaran y divorciaran catorce veces o más y eso no entrañaba ningún problema. Además el divorcio celta no era un repudio en beneficio del hombre, como en otras sociedades patriarcales, sino que hombre y mujer estaban situados en plano de estricta igualdad. Las leyes comprendían numerosas causas por las cuales se podían divorciar siendo el divorcio de común acuerdo una de ellas.

Los celtas oscilaban entre la monogamia, la poligamia y hasta la androgamia que significa que una mujer se casa con varios hombres (Cesar habla en sus crónicas acerca de tribus bretonas que la practicaban). La poligamia estaba muy extendida y todo hombre solía tener además de su esposa una o más concubinas.
Con las concubinas el acuerdo era por un año. Solían comenzar y acabar durante las ceremonias de Beltane o Lammas, aunque otras fuentes lo citan en Imbolc. Acabado el año ambos eran libres de renovar o no el llamado “matrimonio anual”.
Los “matrimonios anuales” no perjudicaban jamás a la esposa original, la única que recibía el título de esposa. Las concubinas debían colaborar con ella en el trabajo de la casa y la esposa tenía la potestad de rechazar la presencia de alguna concubina en la residencia familiar si no le gustaba. Si el marido no respetaba su lugar ella podía divorciarse. Además la esposa recibía la dote que la concubina pagaba al marido. Al finalizar el concubinato la concubina recuperaba su dote.

No siempre el hombre era el cabeza de familia. Según sus leyes había hasta tres sistemas diferentes de situación de la mujer respecto del hombre. A saber:
- Cuando hombre y mujer tenían el mismo dinero, había igualdad de condiciones e independencia jurídica y económica de uno respecto del otro.
- Si la mujer tenía menos dinero estaba en un rango inferior respecto del marido.
- En el caso de que la mujer tuviera más dinero, ella era cabeza de familia indiscutible. El marido carecía de autoridad y se lo llamaba “hombre bajo el poder de una mujer”. Este hecho, que no significaba deshonra alguna, muestra sin duda reminiscencias de estructuras relacionadas sociedades matrilineales.

Otras reminiscencias matrilineales se encuentran en la literatura irlandesa y galesa donde los héroes son nombrados “según su madre y no según su padre” . Esto indica que la sucesión matrilineal aún no había desaparecido de la memoria de los narradores.

Las mujeres llevaban el cabello largo y trenzado, y a veces lo recogían en complicados peinados. Eran muy aficionadas a los adornos; utilizaban collares, brazaletes de bronce, plata u oro y cosían pequeñas campanas en los bordes de sus túnicas. Llevaban capas con dibujos de rayas o cuadros de brillantes colores; las que tenían más recursos las usaban con bordados de oro y plata.
Tanto hombres como mujeres cuidaban mucho su apariencia y la obesidad les desagradaba profundamente. "Tratan de no engordar ni de ponerse panzudos", cuenta el griego Estrabón y también "…nadie debe exceder la longitud fijada por los agujeros del cinturón”.

Las mujeres desempeñaban un papel importante en la educación de los niños y de los jóvenes. Era costumbre que los hijos se enviaran a criar con otra familia, estableciendo con las familias adoptivas lazos a veces más profundos que con los propios familiares de sangre.
Cuando llegaba el momento en que los jóvenes guerreros debían iniciarse en el oficio de las armas, los enviaban junto a unas mujeres guerreras extremadamente misteriosas, medio brujas medio amazonas, establecidas por lo general en el norte de la isla de Bretaña.

Esas mujeres guerreras, educadoras y brujas, eran también iniciadoras sexuales. Ello nos recuerda una vez más que la libertad sexual entre los celtas era muy grande, no existían tabúes sexuales ni noción de pecado vinculada al sexo. La fragilidad del matrimonio es una prueba de ello así como la práctica del concubinato, en el que la concubina estaba tan bien considerada socialmente como la esposa.
Estuviera casada o no la mujer tenía acceso a funciones muy diversas. No hay rastros históricos de mujeres druidesas; aunque sí de magas y profetisas. Es muy importantes recordar que en la iglesia celta cristiana las mujeres podían celebrar misa hasta que la iglesia de Roma lo prohibió.Históricamente se conoce la existencia de monasterios de sacerdotisas. Los más famosos fueron el de Kildare en Irlanda, el de la diosa Sul en Bath (Isla de Bretaña), y la Isla de Mona donde vivían muchas sacerdotisas. La Isla de Mona fue arrasada por los romanos, que asesinaron a las mayores, y violaron repetidamente a las jóvenes para dejarlas embarazadas y obligarlas a mezclar su linaje celta con el romano.

El celtas fue un pueblo guerrero por naturaleza, capaz de luchar de manera muy ruda unos contra otros por un insulto o por el simple placer del combate. Los autores de la antigüedad clásica citan a las robustas mujeres celtas, siempre dispuestas a ayudar a sus esposos en guerras o disputas, o siendo ellas mismas las protagonistas de las mismas. "Toda una tropa de extranjeros sería incapaz de oponer resistencia a un solo galo si éste llamara a su mujer en su ayuda", escribe el romano Marcellinus. Tal era su fervor guerrero y el desprecio de la muerte que ostentaban que tanto hombres como mujeres tenían la costumbre de luchar desnudos, ornados sólo con sus armas, un cinturón y un torque (collar celta). Hay registros históricos de esta costumbre en Galicia y Asturias, así como en Francia, Irlanda, Gran Bretaña, Italia, Bélgica, etc.
Cuenta Amiano Marcelino: “El humor de este pueblo es pendenciero y arrogante en exceso. El primero de ellos en llegar a un enfrentamiento con los romanos hace frente a varios de ellos a la vez, sin otra ayuda que su esposa, una campeona aún más temible. Es digno de ver a esas marimachos, con las venas del cuello hinchadas por la ira, balanceando sus robustos brazos blancos como la nieve, y blandiendo pies y puños asestando golpes como una catapulta.”

La sociedad celta también practicaba la homosexualidad como relata Aristóteles y puede verse en ciertos relatos épicos como el de Cuchulain. Algunas (no todas) de las mujeres de la institución de las guerreras eran lesbianas.

Al igual que el hombre, la mujer celta disfrutaba de su libertad y de los derechos que le correspondieran por su rango social o fortuna personal. Podía convertirse en jefa de familia, reinar, ser profetisa, guerrera, maga, educadora, iniciadora; podía casarse o permanecer “virgen” -es decir soltera-, podía divorciarse y heredar.
Han sido necesarios más de veinte siglos para que las mujeres recuperásemos sólo algunos de esos derechos y privilegios perdidos a manos del triste avance de la jerarquía patriarcal de bárbaros, romanos y católicos. Ojalá que el espíritu de indómita libertad, fuerza, poder e igualdad de nuestras ancestras celtas nos inspire siempre iluminando el camino a seguir para que la fuerza de la femenina retorne y se haga visible para defender a nuestra amada
Madre Tierra.
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